La industria fue el sector motor de la
economía desde el siglo XIX y, hasta la Segunda Guerra Mundial, la industria
era el sector económico que más aportaba al Producto Bruto Interno (PIB), y el que
más mano de obra ocupaba. Desde entonces, y con el aumento de la productividad
por la mejora de las máquinas y el desarrollo de los servicios, ha pasado a un
segundo término. Sin embargo, continúa siendo esencial, puesto que no puede
haber servicios sin desarrollo industrial.
El capital de inversión, en Europa,
procede de la acumulación de riqueza en la agricultura. El capital agrícola se
invertirá en la industria y en los medios de transporte necesarios para poner
en el mercado los productos elaborados.
En principio los productos industriales
aumentan la productividad de la tierra, con lo que se disminuye fuerza de
trabajo para la industria y se obtienen productos agrícolas excedentarios para
alimentar a una creciente población urbana, que no vive del campo. La
agricultura, pues, proporciona a la industria capitales, fuerza de trabajo y
mercancías. Todo ello es una condición necesaria para el desarrollo de la
revolución industrial. En los países del Tercer Mundo, y en algunos países de
industrialización tardía, el capital lo proporciona la inversión extranjera,
que monta las infraestructuras necesarias para extraer la riqueza y las
plusvalías que genera la fuerza de trabajo; sin liberar de las tareas agrícolas
a la mano de obra necesaria, sino sólo a la imprescindible. En un principio
hubo de recurrirse a la esclavitud para garantizar la mano de obra. Pero el
cambio de la estructura económica, y la destrucción de la sociedad tradicional,
garantizaron la disponibilidad de suficientes capitales.
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